La lluvia repiqueteaba sobre la arena de rodeo, como una suave melodía, con una cadencia indefinida, cobijando cada resquicio del lugar interrumpiendo por espacio de varios minutos el espectáculo, durante los cuales todos corrieron buscando refugio del agua que corría en todas direcciones buscando su cauce.
Me encontré contigo luego de que habías cubierto tu pretal con tu impermeable amarillo canario, quedándote desprotegido de la lluvia que intentaba inútilmente penetrar en lo perfectamente almidonado de tu camisa azul marino, al contrario de la mía de cuadros amarillos de algodón, planchada, sí, pero no almidonada, por la que el agua no tenía ningún problema en escurrir, mi cabello y mi sonrisa estaban remojados, mientras que tú buscabas con desesperación algo para cubrirme, sin encontrarlo.